A primera vista, imposible quedarse afuera, pero Chile lo hizo, a partir de la indignante conducción de Pablo Milad en la ANFP, acaso la peor administración en la historia del fútbol profesional chileno. El curicano, junto a su socio Jorge Yunge en la secretaría general, lideró la destrucción del balompié local en todas sus dimensiones, aunque en el balance pueden ufanarse de instalar regadores automáticos en el complejo Juan Pinto Durán.
Un “lujo” que Milad no se cansa de repetir, como también la creación de la oficina de Scouting, que desconozco quiénes la integran, quién la dirige y cuál es su aporte.
¿Cómo llegamos a esta ignominia?
Quienes vivimos la debacle de Japón-Corea 2002, donde Chile remató último y cómodo, jamás imaginamos transitar nuevamente por este sendero. Menos después de las consagraciones continentales de 2015 y de la Centenario 2016. En paralelo, durante este lento proceso de descomposición, Argentina, el rival de las finales en el Nacional y el MetLife Stadium en New Jersey, sufrió para llegar a Rusia 2018, enfrentó dudas, hasta que volvió a las fuentes.
En 2019, César Luis Menotti asumió como director general de las selecciones argentinas y no dudó en respaldar la designación de Lionel Scaloni como seleccionador.
Los albicelestes construyeron un nuevo equipo. Fueron terceros en la Copa América de 2019 y en 2021 rompieron 28 años de sequía, al ganarle a Brasil en la final del torneo más antiguo del mundo. Las tribunas desiertas del Maracaná fueron el escenario de la redención de Lionel Messi y Ángel Di María, autor del gol. A partir de esa noche se acabaron los fantasmas, vino la tercera Copa del Mundo en Qatar y el bicampeonato en la Copa América de 2024.
El fútbol argentino respondía a su tradición.
Guardando las proporciones con una potencia tradicional, ¿cuál fue la gran diferencia entre el bicampeonato de América de la ‘Roja’ y la seguidilla trasandina? Una sola: en Chile los campeones fueron un extraordinario grupo de futbolistas, brillantes, pero que no representaron la realidad del fútbol chileno. En Argentina, el campeón del mundo y el bicampeón de América fue el fútbol argentino.
Se podrá discutir alguna decisión coyuntural de la AFA, como el torneo de 30 equipos o la Primera B Nacional con 38. Lo que no es discutible es que Argentina dispone de quizás la mejor competencia de fútbol joven de la FIFA. Una fábrica sin humo que jamás deja de producir. Los clubes entienden que la formación de jugadores genera recursos y es por eso que todos poseen divisiones inferiores fuertes, donde es casi imposible que un talento no sea detectado.
Los clubes grandes y los de Primera División son los más vendedores, pero los del interior traspasan o ponen en los conjuntos bonaerenses, rosarinos o cordobeses a las figuras que provienen de las zonas con menor desarrollo. Los desechados tienen la posibilidad de recalar en clubes con menos exigencias y reanudar su camino. Entonces, la oferta se amplifica, con una inconmensurable red de captadores.
La infraestructura de los estadios, con el de River Plate a la cabeza, sin dejar de lado el “Madre de Ciudades” de Santiago del Estero, el “Mario Kempes” de Córdoba, más los nuevos de Estudiantes de la Plata e Independiente de Avellaneda, reflejan un interés por el espectáculo y el juego. Las crisis económicas y políticas no detuvieron los proyectos institucionales. Clubes medianos, como Banfield o Lanús, también mejoran sus recintos. El estado y cuidado de las canchas no se transa. Los pisos, salvo excepciones, son de primer nivel. Ah, con pasto natural.
Sumemos el esfuerzo por desarrollar la Copa Argentina, que integra a todas las capas competitivas del país; las tribunas repletas en el grueso de las divisiones, el complejo de la AFA en Ezeiza y los centros de entrenamientos o predios en toda Argentina, de primer, segundo y tercer orden, pero pensadas en el fútbol, y entenderemos que la bonanza actual es la consecuencia de un sistema que piensa este deporte en la lógica de la alta competencia y de un negocio gigantesco.
En Chile la década virtuosa, que disfrutamos entre 2007 y 2017, con el cuarto lugar en la Copa América de 2019 como último suspiro, careció de todo lo anterior. Alguien dirá que es imposible aspirar a lo que vemos con nuestros vecinos, donde este deporte es un hecho cultural. Puede tener razón. Sin embargo, la ausencia de proyecto y la superficialidad dirigencial y del medio en general, explica en gran medida que la tabla de posiciones diga que estamos en el sótano de Sudamérica.
La Selección Chilena fue el fruto azaroso de un grupo de talentos notables, que tuvieron la fortuna de encontrarse con Marcelo Bielsa, acaso uno de los mayores “mejoradores” de futbolistas del planeta. El actual seleccionador de Uruguay los forjó en la lógica de la sistematización, en el entrenamiento riguroso, en el conocimiento del juego, en la comprensión de sus defectos y virtudes, y en la rudeza de la competencia al más alto nivel. Fueron 23 los que llegaron al Mundial, pero decenas los que pasaron por sus entrenamientos, partidos amistosos y por los puntos, sumando a los sparrings.
Los clubes vendieron fortunas y los futbolistas supieron de qué se trataba la élite. Después llegaron Jorge Sampaoli y Juan Antonio Pizzi. Una historia con final feliz, que nos alegró y enorgulleció, pero que nos llevó al error de pensar que era la consecuencia de un fútbol que daba un salto de calidad, olvidándonos de que para superar el subdesarrollo no basta un par de éxitos pasajeros, sino que se requiere de una mirada de largo plazo, donde la convicción es fundamental.