Cuando en 1990 la ATP reorganizó su calendario y decidió crear una categoría de nueve torneos que vendrían directamente por debajo de los Grand Slams en cuanto a premios, puntos y prestigio, la elección no fue sencilla.
Habían algunos campeonatos que sí o sí serían considerados por historia, como Montecarlo, Roma y Canadá, y otros que se eligieron más por razones de marketing para ser parte de estos denominados “Súper 9”. Pero la “joya” estaba en Miami, pese a que el torneo llevaba solo unos años disputándose.
Formalmente conocido como el International Players Championship, había llegado en 1985 a revolucionar la actividad, con una propuesta inédita: jugarlo en el transcurso de dos semanas, con un cuadro de jugadores ampliado que incluía a los mejores hombres y mujeres, un escenario de lujo y una bolsa de premios que rivalizaba con la de los cuatro Majors. Jugado primero en Delray Beach, luego en Boca West y finalmente en Key Biscayne, rápidamente se ganó un apodo que lo acompañaría durante décadas: “El Quinto Grand Slam”.
Sin embargo, el evento que ahora se disputa en Miami Gardens ya no tiene el mismo prestigio de antes, e incluso su continuidad ha estado en peligro varias veces. ¿Qué pasó y qué le depara para futuro?

Indian Wells, de hermano chico a amenaza
En su época de oro, el torneo de Miami tenía un nombre coloquial, que seguramente genera melancolía en los hinchas más veteranos: “El Lipton”, en honor a la famosa marca de té británica que funcionaba como su sponsor principal.
Y fue en este “Lipton” en el que el tenis chileno logró su máximo hito: el número uno de Marcelo Ríos. El escenario parecía ser ideal para el Chino, que durante dos semanas estuvo acompañado por la ruidosa barra chilena, como era costumbre con los tenistas sudamericanos que aprovechaban la importante presencia latina en el estado de Florida, y que cada año llegaban en masa a las instalaciones de Crandon Park.
Su rival, el ídolo local Andre Agassi, ya lo había ganado tres veces, pero poco pudo hacer en la final ante el Zurdo de Vitacura en esa inolvidable tarde del 29 de marzo de 1998. Key Biscayne, la villa en los Callos de Florida donde se jugaba el torneo, entró a la leyenda de nuestro deporte para siempre.
Pero curiosamente se podría decir que fue el comienzo del fin. Al año siguiente, el dueño del torneo y quien lo convirtió en el fenómeno que era, el extenista estadounidense y líder sindical Butch Buchholz, se lo vendió al gigante IMG, una enorme firma de representación y marketing deportivo. Casi al mismo tiempo, se acabó el convenio con Lipton, que posteriormente sería reemplazado como auspiciador principal por Ericsson, Nasdaq y Sony, los cuales nunca lograron crear ni el vínculo comercial ni afectivo del original.
La gran amenaza, eso sí, estaba al otro lado de Estados Unidos, en California. Durante años, el torneo previo a Miami, en Indian Wells, a las afueras de Los Angeles, era considerado el “hermano pobre” del denominado Sunshine Double que ambos conforman durante marzo, hasta que la llegada de nuevos capitales empezó a elevar su perfil rápidamente.
El 2000 comenzó un ambicioso proyecto de renovación, que dejó a Indian Wells con un majestuoso estadio principal con capacidad para 16 mil personas, y que sigue siendo el segundo recinto exclusivo para el tenis más grande del mundo, solo superado por el Arthur Ashe del US Open.
Otro paso clave se dio el 2004, cuando la ATP aceptó expandir a Indian Wells a dos semanas, quitándole a Miami su gran rasgo diferenciador. Y jugándose una semana antes, varias veces figuras que quedaban demasiado agotadas por el torneo extendido se terminaban bajando del avión a Florida.

El adiós a Key Biscayne que casi termina con el torneo
Sin embargo, el punto crítico para el ex Lipton se fue gestando durante varios años, y tenía que ver con un problema de bienes raíces y permisos.
Cuando se fundó, y buscando una casa estable, la solución llegó gracias a una de las familias más acaudaladas de Florida, los Matheson, que aceptaron donar unos tierras que poseían en Key Biscayne, el Parque Crandon (Crandon Park en inglés). El acuerdo, eso sí, estipulaba que solo se podría construir un estadio permanente, a fin de no perturbar tanto el área, llena de vegetación.
Esto durante mucho tiempo no parecía problema, pero a medida que Indian Wells crecía y crecía, Miami seguía estancado en sus añejas instalaciones, coartando sus chances de competir mano a mano.
El torneo le propuso a la ciudad una renovación por 50 millones de dólares, la cual los dueños del terreno no solo rechazaron, sino que terminaron llevando a la justicia. Litigio que ganaron, dejando en jaque a IMG, que para peor se peleó con Roger Federer, quien dejó de asistir un par de años, privándolos de contar con la figura más querida y carismática del circuito.

Sin margen de acción, se optó por una solución parche que hasta el día de hoy genera ruido: mudarse a un estadio de fútbol americano.
¿Cómo así? Desde 2019, el Masters de Miami se juega dentro del Hard Rock Stadium, la cancha de los Dolphins de la NFL, armando un recinto principal con la misma cantidad de espectadores que el anterior, pero apelando a tribunas hechizas (de alto estándar, obviamente). Las canchas secundarias y de entrenamiento están fuera del estadio.
Y aunque se sigue jugando a lo largo de dos semanas, esa ya es casi la norma entre los Masters 1000 contemporáneos; además de Indian Wells, Madrid, Roma, Canadá, Cincinnati y Shanghai también se expandieron y son mixtos, quitándole totalmente el que durante más de una década era su gancho más exclusivo.
“Nunca dejamos de ser el Quinto Grand Slam”
Cuando el torneo buscaba una nueva casa estable, los rumores de una mudanza eran reales. En IMG, a modo de presión, incluso hablaron derechamente de estar buscando posibles sedes en Estados Unidos, e incluso en el extranjero.
Con el inminente arribo al tenis de los millones de Arabia Saudita, que estaría pidiendo como condición un Masters 1000, surge la pregunta: ¿Corre riesgo el torneo de Miami?
Ciertamente fue la misma ciudad la que se puso los pantalones para evitarlo y, por ahora, la amenaza parece contenida.
Una figura clave fue el magnate Stephen Ross, el dueño de los Dolphins de la NFL que les “prestó” su estadio. Como un orgulloso empresario floridano, se la jugó para retener el torneo en su ciudad y, según la prensa local, puso 500 millones de dólares de su bolsillo para ayudar a la mudanza, manteniéndose como uno de sus principales promotores. El alcalde Carlos Giménez, latino y fan del tenis, también entendió la importancia de no perder esta gran cita, y puso todo de su parte para que conceder los permisos respectivos.
“El Masters de Miami pertenece a Miami. Estamos agradecidos de tener como aliados a Stephen y el alcalde y sobre todo al público que han apoyado este torneo durante décadas”, dice ahora Mark Shapiro, el director de IMG a cargo del campeonato, que comenzará este miércoles 19. “Nuestra prioridad es que la próxima edición sea la mejor de todas”.
La compañía que en un momento parecía estar harta, ahora invierte cerca de 70 millones de dólares cada año, en organización, publicidad y marketing.
Si bien las primeras versiones en el Hard Rock Stadium se recibieron con reticencia, lo cierto es que el torneo hoy cuenta con algunas de las mejores comodidades que los jugadores pueden encontrar en todo el circuito. Más cerca del centro de Miami, se ha convertido en un nuevo panorama para los residentes locales, y para los millones de turistas que pululan por sus calles día a día.

El rostro de todo esto es James Blake, director del torneo desde 2018, y que como uno de los jugadores más queridos del circuito en su momento, ayudó a suavizar la transición, con sus contactos y carisma. Bajo su guía, se detuvo la caída libre y la diferencia que parecía inconmensurable en relación a Indian Wells se ha achicado.
“Queremos que nos consideren el ‘Quinto Grand Slam’, pero siendo honesto, siento que nunca dejamos de serlo”, asegura Blake.