Este jueves 20 de marzo, el representativo chileno volverá a la capital de Paraguay para sostener un partido trascendental si quiere mantener la esperanza de clasificar al Mundial 2026. Pero estos duelos en Asunción, que tienen resultados dispares en cuanto a la cosecha de puntos, siempre han dejado más de una historia perdurable.
El Sapo en andas
En 1954, Chile aspiraba a su primera clasificación mundialista en el grupo de Brasil y Paraguay. En 1930 fue invitado y a la Copa del ’50 accedió por la deserción de Argentina. Aún así, la despreocupación directiva fue total. Recién en enero se ratificó que Luis Tirado, el entrenador campeón con Colo Colo el ’53, iba a dirigir al equipo con jugadores mayoritariamente albos.
El 14 de febrero de 1954 una lluvia torrencial cayó sobre la cancha del estadio del club Libertad, donde apenas cabían 12 mil personas. El estadio de Puerto Sajonia -que luego sería el Defensores del Chaco- estaba abandonado después de la guerra de 1932, y las crónicas del enviado espacial de la revista Estadio, Antonino Vera, hablaban de un clima raro. Cuando cesó el diluvio un arcoíris se dibujó sobre el cielo y la temperatura se elevó violentamente.

Paraguay marcó entonces la primera cifra y en el segundo tiempo hizo tres más en un lapso de apenas ocho minutos. El 4 a 0 fue tan lapidario como humillante, porque la Roja estuvo lejos de ser un rival de riesgo para un equipo que había ganado el Sudamericano del año anterior. La diferencia se ratificó una semana después en Santiago, donde los guaraníes vencieron por 3 a 1.
Pese a recibir siete goles en dos partidos, Sergio Livingstone, el arquero y capitán de Chile, fue paseado en andas por los paraguayos, dando a entender que sin el Sapo, la diferencia pudo ser aún mayor. La Roja terminó sin puntos la clasificatoria tras perder con Brasil en Santiago y en Río de Janeiro.

La torre avisa
Luis Santibáñez sabía que no podía dejar ni un detalle al azar. Por eso le pidió al presidente de la Federación, Abel Alonso, viajar el día previo al partido por las clasificatorias a España ’82 rumbo a Asunción. El charter que llevaría a la delegación contemplaba el agua y la comida que consumirían los jugadores, más un grupo selecto de guardias de seguridad que impedirían la presencia de extraños -y “extrañas”- en las dependencias del hotel Ita Enramada.
Lo que no estaba en los cálculos del gordo estratega era la tormenta que azotó la capital paraguaya el día previo, y que obligó a cerrar el aeropuerto. Nerviosos por la inminencia del partido y sin tener certeza de la posibilidad del despegue, Santibáñez quería evitar una larga espera en terminal aéreo.

Allí apareció la figura de Juan Facuse, director del programa “La Chispa del Deporte” de Radio Chilena, quien desde el hotel se contactó con la torre de control del aeropuerto Alfredo Stroessner. Desde allí monitoreó la tormenta, hasta que le comunicaron que amainaría. En ese momento, y en transmisión en directo, avisó a Juan Pinto Durán que podían abordar el bus rumbo al aeropuerto. Con el retraso Chile llegó de noche, no había muchos hinchas esperando y todo fue normal, lo que permitió que el Pato Yáñez, cansado y deshidratado, a punto de ser sustituido, emprendiera la carrera que culminó con un gol inolvidable que acercó a Chile a la Copa del Mundo España 82.
El Chano cierra la llave
Las clasificatorias para el Mundial de México establecieron un repechaje. Tras caer frente a Uruguay en el grupo que completaba Venezuela, Chile enfrentó a Perú, en la inolvidable tarde en que el arquero Eusebio Acasuzo se comió tres goles, lo que le valió una investigación del Senado de su país. En la final del mini torneo la Roja debió enfrentar a Paraguay, comenzando en el Defensores del Chaco. Con un 2 a 0 categórico en contra, con anotaciones de Roberto Cabañas y Rogelio Delgado, un contragolpe de Buenaventura Ferreyra terminó con un centro bajo que Lizardo Garrido convirtió en autogol.

El 3 a 0 pareció irremontable y así fue. Una semana después el duelo terminó empatado a 2 en el Estadio Nacional. Los guaraníes volvían a la Copa del Mundo por segunda vez después de 1958 y para Chile se iniciaba una suerte de maldición en arco propio. Ese remate de Garrido que venció a Roberto Rojas antecedió al autogol de Hugo González contra Brasil en 1989 y al de Italo Díaz contra Uruguay el 2001, ambos en el Estadio Nacional y con selecciones que terminarían eliminadas.
La maldición se extendió hasta el 2017, cuando Arturo Vidal marcó en propia puerta ante los mismos paraguayos en el Estadio Nacional, la noche que comenzó la debacle rumbo a Rusia 2018.
La revancha de Superman
Chile no podía perder en el Defensores del Chaco ese día. La pésima campaña del equipo lo tenía en el fondo de la tabla, lejos de la zona de clasificación al Mundial de Japón y Corea. Un empate extendía la agonía y por eso, cuando en el segundo tiempo sancionan penal y José Luis Chilavert se ponía frente al balón, todas las esperanzas se desmoronaban. El portero paraguayo anotó 62 goles en su carrera, era un especialista en pelotas detenidas y jamás fallaba desde los doce pasos.
Todo eso lo sabía Sergio Bernabé Vargas, quien tras su nacionalización se había ganado la titularidad en el equipo de Pedro García. Y que quería venganza. El año anterior, jugando por la Universidad de Chile frente a Vélez Sarsfield, Vargas quiso patearle un penal a Chilavert. Lo pidió a la banca, pero el técnico César Vaccia se hizo el desentendido. “Miró para otro lado”, dijo Superman. Al final del encuentro, le preguntaron al paraguayo por la situación y dijo: “No me preocupó para nada. ¿Vargas? Me habría preocupado si me lo pateaba Schmeichel”.

Cuando Vargas ataja el penal y prolonga el empate, no puede evitar insultar a Chilavert. Dos minutos después se va expulsado Celso Ayala. Y cuando todo se daba a favor de Chile, en el tercer minuto de descuento anota Carlos Humberto Paredes el gol que eliminó matemáticamente a la Roja del Mundial y permitió que Chilavert, zorro viejo y astuto, celebrara más allá de la cuenta.