Hablar de Manuel Pellegrini en Sevilla es despertar pasiones. Los hinchas del Real Betis Balompié -ya se sabe en Chile- lo tienen elevado a la categoría de un semidiós a quien lo único que lo separa de la máxima divinidad, es que es mortal.
Pellegrini es un héroe, un personaje popular, en apariencia distinto a lo que distingue al sevillano. Mientras el nacido y criado en la capital de Andalucía tiene fama de recio, de gestos toscos y de descendencia árabe, el Ingeniero es, en el papel, un representante de la alta alcurnia…un personaje que por su profesión ya marca diferencias y emerge como un bicho raro, cada vez que camina por la ciudad (las pocas veces que puede hacerlo).
Don Manuel parece más un turista italiano o británico. Pero las apariencias son eso y pocas veces reflejan la realidad, más bien la distorsionan. Porque, aunque Pellegrini nació a miles de kilómetros de la “Ciudad Eterna”, hoy es uno más allí. Y pobre del que ose hablar mal del chileno. Ya profundizaré en cómo el recepcionista de un hotel y un trabajador del aseo llegaron a subir el tono por mi culpa, por sacar el tema del entrenador más exitoso haya nacido en nuestro país.
Los mismos cinco años que Pellegrini lleva viviendo en Sevilla son los que he pasado, por mi profesión, cubriendo su día a día. Primero desde Santiago, y ahora desde España, donde me vine a vivir hace ya casi tres años. No tenía que trasladarme al otro lado del mundo para entender que el hombre de 71 años es uno de los entrenadores más prestigiosos del planeta, pero vivirlo acá es diferente.

Por eso, esta vez quería vivir el fenómeno que origina, ya no tanto como periodista, sino como un hincha más…o como un chileno que quería sentir orgullo de un compatriota. Aunque me perdonarán los pechoños del patriotismo, pero ese sentimiento de “porque es chileno es bueno”, nunca ha ido conmigo. Me alegra que a uno de los nuestros le vaya bien, sí. Pero el orgullo lo dejo para otras cosas.
No diga Pellegrini, diga DON Manuel Pellegrini: primeras horas en Sevilla
Me bajé del tren que tomé en Málaga rumbo a Sevilla a las 12:45 del jueves, el mismo día que el Betis recibía al Valladolid. Un partido, en el “papel”, poco atractivo. Pero el mote lo hizo cambiar la impresionante segunda vuelta del equipo de Heliópolis, que en caso de ganar, se ponía en zona de clasificación a Champions, y de paso, hacía descender al Valladolid del “Gordo” Ronaldo.
Me prometí no decirle a ningún interlocutor que tuviera en este viaje que era periodista. Por lo general, cuando lo dices, las respuestas de las personas son menos desde el corazón. Y lo que yo quería era conocer el sentimiento más profundo del bético con Pellegrini.
Caminar desde la Estación de Santa Justa hasta el centro histórico de Sevilla, bien sirve como una primera muestra para ir conociendo la popularidad del Betis. Fueron 30 minutos andando en los que no vi camisetas del Sevilla, no vi tampoco banderas colgadas en balcones. La gran mayoría es verdiblanca. Hay que ser justos, eso sí. Hay barrios más del Sevilla que españoles, me dicen los que conocen mejor la ciudad que yo.
Con casi 30°C, mi primera parada fue obligada. Ya cerca de la enorme catedral de Sevilla me senté y pedí una cerveza. Metí conversa, como si no quería la cosa. Le pregunté al garzón si es que el Benito Villamarín estaba lejos para ir caminando al partido de la noche. Medio tosco, o medio enojado, como te responde el andaluz que no te conoce, me dice que “más o menos”.
Vuelvo a la carga. “Oiga, yo vengo de Chile. ¿A usted le gusta del Betis? Yo vengo por Pellegrini, allá todos somos del Betis”. Listo, con eso salió el otro andaluz. El bonachón, el del acento poco entendible, pero maravilloso y del que tan orgullosos se sienten. “No diga Pellegrini, diga DON Manuel Pellegrini…illo, por Dioh”.
Al saber que era chileno, el muchacho de unos 30 años, bronceado como buen sevillano en época en que el sol pega fuerte, me dijo que era fanático del Betis, que hoy iba al estadio y que me daba datos para ir con los de su peña a ver el partido. Lamentablemente, mi asiento estaba al otro extremo de sus amigos. Pero me dejó algo claro antes de irme. “A Pellegrini acá muchos lo queremos como un padre. El Betis nunca había estado tantos años arriba. Imagínate lo que pasa en esta ciudad si nos mete en Champions y ganamos la Conference… vas a tener que venir si eso pasa. Yo te invito”. Tendré que ir, ya tiene mi teléfono.
“No se peleen por Pellegrini, por favor”
Enfilo al hotel, caminando por las calles estrechas del centro histórico, una reliquia de la humanidad. Pienso que por acá mismo caminó Antonio Machado y me pregunto si le habrá gustado el fútbol, pienso que a Pellegrini tal vez sí le gustan sus poemas.
Pero vuelvo a la calle, porque entre tanta vía, parece un laberinto (¿Qué sería de nosotros hoy sin GPS?). Me hospedaré en un hotel pequeño. Esta vez el recepcionista es muy gentil y me da las instrucciones típicas del caso… que la llave (que en verdad es una de esas tarjetas que tanto odio, porque nunca abren a la primera), que la hora del desayuno y el Wifi. Yo lo que quería era ocupar la misma estrategia que con el garzón. “Oiga, desde acá ¿cómo llego al Villamarín?”.
Con la sonrisa obligada que debe tener siempre quien trabaja en su cargo, me dice que “andando, son 30 minutos tranquilo. ¿Va a ver al Betis, verdad?" No le quise decir en ese momento que era chileno, porque mi impresión fue que no le gustaba el fútbol.

Al día siguiente, ya con el 5-1 consumado del Betis al Valladolid, me lo encontré de nuevo en el desayuno. Le mencioné amablemente que después de ver en Google Maps que en realidad el estadio quedaba a una hora caminando, decidí irme en bus. Y ahí entendí todo.
“Perdón, me confundí con el campo del Sevilla, el Sánchez Pizjuán. Es que yo soy del Sevilla”, fue su excusa que jamás me permitirá si me hizo o no una jugarreta. Ese fue mi momento para conocer qué piensa el rival sobre nuestro Manuel. Ahora sí le mencioné que venía de Chile a ver el partido (pasé por alto que llevaba casi tres años viviendo en Málaga). “Lo pasé bien, ganó muy bien el Betis y a Pellegrini, me di cuenta, lo quieren mucho”, ataqué.
Iluso yo al pensar que me diría algo bueno. Es que sevillistas y béticos son la máxima antítesis. “Mire, no negaré que el Betis anda bien, pero ayer Pellegrini se equivocó. Cuando iba 3-1 debió parar un poco, estaba contra un equipo descendido, que estaba golpeado. Hay códigos en el fútbol”, lanzó ante mi sorpresa.
Quedé más en el aire, cuando otro trabajador del hotel que escuchaba, le salió al paso a su colega. “Pero qué dices hombre. Pellegrini es un caballero, si siguió atacando es porque la diferencia de gol puede ser un punto a favor para clasificar a Champions. Cómo vas a decir que no tiene códigos Pellegrini”, le replicó alzando la voz.
“No, no los tiene. Por eso está en el Betis”. Todo esto pasó en menos de cinco minutos. Por suerte no había más pasajeros en el lobby. “Ya verás que no sabes de códigos, si acá el señor viene de Chile a disfrutar. No se preocupe caballero, Pellegrini es lo más grande que le ha pasado al Betis. Gracias por engendrarlo”, me dijo como si yo hubiese sido la santísima madre que parió al Ingeniero. Me dediqué a pedirle al verdiblanco que se calmara, que estaba bien.
Procesión al Benito Villamarín al ritmo de Pellegrini
No quiero que el lector piense al leer lo que escribiré, que soy ese chileno que se olvidó de sus raíces y cree que en Europa todo es mejor (¿o sí?). Pero tengo que hacer la necesaria distinción entre la experiencia de ir al estadio en Chile y en España en transporte público.
Acá no muere gente afuera del estadio. Acá, los barristas no se toman los buses ni los secuestran. Acá no te piden plata cuando vas camino a la cancha. Y acá, puedes ir tranquilo, acá los estadios están llenos de niños y mujeres.
En el bus que tomé para llegar al Benito Villamarín me senté al lado de una chica de no más de 20 años. Iba vestida completa del Betis. Esta vez cambié levemente mi estrategia para entablar conversación (para un ansioso y corto de genio como yo, encontrar una excusa para hablar con un extraño es la única fórmula). “¿Cuánto demora este bus en llegar al estadio del Betis?”.
Me dijo que en 15 minutos ya nos bajábamos. Otra vez ocupé a mi país. “Gracias, es que vengo de Chile. Allá todos amamos al Betis por Pellegrini”, dije. “Qué pasada… venir de Chile a ver al Betis. Acá también los queremos mucho, por Pellegrini…y acuérdate también de Claudio Bravo, que ganó la Copa del Rey”. Ella no quiere que el Ingeniero se vaya. “Me da miedo lo que pasará después de Pellegrini en el Betis. Antes de él, lo nuestro era no descender, quedar entre los 12 primeros y quedábamos agradecidos. Ahora llevamos cinco años seguidos en Europa, ganamos una copa… es otra cosa. ¡No piensen en llevárselo a la selección!”, me terminó implorando. “Tranquila, en mi país el fútbol se maneja tan mal, que creo que eso no pasará” le dije, no con poca tristeza y con tono lastimero.
Le agradecí la conversación. Tuve que hacer algunas cosas de periodista…entrevistar gente, sacar algunos videos de ambiente y material para redes sociales. Quería entrar rápido al estadio. El Benito Villamarín y su ambiente siempre me habían cautivado por TV y al verlo en vivo y en directo, repleto… reconozco que me emocioné.

Fui uno más de los 46.500 espectadores que la calurosa noche del jueves 24 de abril coreó el cántico que se ganó el DT chileno en España. El “Manuel, Manuel, Manuel Pellegrini”, se oyó fuerte cuando el club homenajeó al chileno que a los 71 años se convirtió en el DT con más victorias en la historia del elenco de Heliópolis.
El resto fue gozar… ser hincha, no estar preocupado de escribir la nota postpartido ni despachar. Me enojé con el 1-1 como un bético más. Pero gocé con la jugada maestra de Pellegrini, que tras un triple cambio hizo que el equipo pasara de un amargo 1-1 ante el colista a un hermoso 5-1.
No puedo decir que Sevilla entera ama a Manuel. No puedo decir si es el mejor de la historia, pero sí logré entender por qué Manuel Luis Pellegrini Ripamonti es hoy por hoy, el personaje más idolatrado por más de la mitad de una ciudad que respira fútbol, que adoptó a un chileno como uno más y que no quiere dejar de soñar, imaginando que siempre, incluso cuando nadie lo cree, el Ingeniero tiene un plan.