Inútil retratar en un par de párrafos al prolífico escritor, periodista, novelista, cuentista, ensayista y cronista Juan Villoro (68). Aficionado al fútbol por naturaleza, es un descorazonado hincha del Necaxa y cada vez más asiduo visitante a los avatares de su selección nacional.
El mexicano estuvo de paso en Chile hace unos días. Vino a dar una clase magistral sobre escritura creativa a estudiantes universitarios, pero principalmente a acompañar a su amigo, el periodista y escritor Francisco Mouat, quien lo invitó a la celebración de los diez años de vida de “Lolita”, la pintoresca librería de barrio que el ex director de la revista Don Balón Chile fundó en una calle lindante con el club Providencia.
Autor de centenares de publicaciones, entre novelas, relatos, crónicas, ensayos y cuentos, Villoro es considerado una de las plumas más originales que rondan actualmente por este continente. El mexicano nunca olvida mencionar, al hablar de literatura y fútbol, su paso como enviado especial a los Mundiales de Italia ’90 y Francia ’98. “Ida y vuelta, una correspondencia de fútbol”, sobre Sudáfrica 2010, coescrito con otro literato futbolero clave como el argentino Martín Caparrós, es una joya imprescindible para un lector de deportes. En sus libros “Dios es redondo”, “Balón dividido”, “Los once de la tribu” y el reciente “No fue penal: Una jugada en dos tiempos”, diseña una particular mirada a la fauna balompédica y su diversidad simbólica.
“En la vocación de toda persona que a la postre se dedica a escribir, hay dos descubrimientos esenciales: uno es el gusto elemental por el lenguaje, por rebautizar las cosas, ponerle apodos a la gente; y luego, descubrir que las palabras sirven para crear símbolos mágicos, para contar mejor la realidad. Y eso fue lo que los relatores de fútbol hicieron en mi infancia por mí, sin saber que yo después trataría de hacer narraciones”, recordó en una charla con lectores y amigos frecuentes de ‘Lolita’.
El primer encuentro
El escritor evocó su iniciación con el fútbol, en la que Chile jugó un papel de anfitrión. “El primer Mundial del que tengo noticia ocurrió acá, en 1962. Y el partido que a la postre definió mi vocación literaria fue, naturalmente, una derrota de la selección mexicana. En aquel Mundial, México integró el grupo de la muerte con Brasil, Checoslovaquia y España. Le ganamos 3 a 1 a los checos, que serían finalistas con Brasil de la Copa del Mundo. Perdimos obviamente con Brasil, y definimos el paso a la siguiente ronda contra España. Ese partido estaba empatado y por terminar, vino un tiro de esquina y recuerdo perfectamente la narración de Fernando Marcos, el relator de la radio, quien se da cuenta que nuestro entrenador, Ignacio Trelles, le grita al Negro Del Águila, que va cobrar el córner, para que no lo juegue largo y retenga la pelota en la esquina, cosa que pase el tiempo y concluya el partido. Pero el grito del entrenador se pierde en el aire de Viña del Mar y el otro no oye nada, divide la pelota, viene una descolgada española, corre Paco Gento por la banda izquierda, centra, hay un rebote y Peiró acaba con el destino de la selección mexicana... Y ahí se inicia, probablemente, mi pasión literaria. Después de esa derrota, uno debe decir ‘hay otras cosas más allá del fútbol o alguna manera de sanar estas heridas’”.
Villoro, amablemente, conversó durante su estadía con En Cancha Prime y entregó algunas pinceladas de un fútbol al que, pese a sus otras ocupaciones, sigue dedicándole horas y atención.
-¿Qué es anterior o primero en el fútbol: el ídolo o el equipo?
Es toda una pregunta si uno se aficiona al fútbol por un ídolo o por el conjunto. Varía mucho. Mi hijo, por ejemplo, jugaba de portero y se aficionó al Real Madrid porque vio el debut de Iker Casillas, que fue sorprendente, porque era un chico joven, muy apuesto, muy carismático. Entonces mi hijo dijo ‘yo quiero ser como Casillas’ y se aficionó al Real Madrid. En mi caso, me hice en bloque a un equipo porque en el barrio donde vivía en Ciudad de México, más concretamente, en la calle donde estaba mi casa, mis mejores amigos eran del Necaxa. Entonces me pareció que ser de esa calle era ser del Necaxa, lo cual me ha llevado a una gran paradoja sobre la identidad, porque lo que yo buscaba era identificarme con mi barrio, y al Necaxa se lo llevaron a jugar a una ciudad lejana, Aguas Calientes, que está a unas 6-7 horas de Ciudad de México.
-Fue víctima de un desarraigo institucional...
Cuando fui a verlos a su estadio, me encontré sorpresivamente rodeado de japoneses, porque en Aguas Calientes está la planta ensambladora de Nissan más grande de Latinoamérica. Hablaban bien el español estos japoneses, y cuando les pregunté qué hacían acá, me respondieron que para ellos el Necaxa era un club que les venía muy bien, porque tiene los colores rojo y blanco -de la bandera japonesa-, y además el apodo del equipo son ‘los rayos’ y ellos son el país del Sol Naciente. O sea, hasta la simbología del equipo apoyaba la pasión japonesa. Esas son las paradojas que te da el fútbol: por querer ser del equipo de mi calle, apoyo a un equipo de japoneses de Aguas Calientes.
-¿Puede precisar quién fue su primer ídolo?
Necaxa era un equipo simpático, pero sin figuras. Había sido primero ‘el equipo de los once hermanos’, tenía siempre una cuestión equitativa. Fue originalmente el equipo de los electricistas -de ahí su apodo-, pero nadie que sobresaliera. Mi primer ídolo fue Enrique Borja, porque jugaba por la Selección de México. Era un goleador extraordinario, de los Pumas, aunque después se cambió al América, donde hizo una mancuerna letal con Carlos Reinoso, el gran jugador chileno.
Los problemas del cronista
-En un juego tan industrializado, lleno de esquemas y compromisos tácticos, ¿cuesta cada vez más hacer literatura sobre fútbol, con jugadores que se diferencian tan poco unos de otros?
Creo que es más difícil para el cronista que debe estar en un plano cotidiano hablando, escribiendo o comentando de fútbol, porque ciertamente el fútbol se ha nivelado mucho en calidad como en estilo de juegos. Ya no hay equipos tan débiles como antes, ni tampoco tan poderosos. Me refiero no solo a las ligas, sino que también a las selecciones nacionales. Hoy en día juega Venezuela contra Inglaterra y es probable que saque un empate, lo que era improbable hace unos años. Pero para quien eventualmente escribe de fútbol como yo, siempre hay motivo para la sorpresa. Si no está en el plano diario, viéndolo como un simple aficionado, hay jugadores que deslumbran y marcan diferencias. Y que tienen historias únicas, personales, como la de los hermanos Boateng, cuando uno jugaba por Ghana y el otro por Alemania; ahora los hermanos Williams, en el Athletic de Bilbao. También hay jugadores que tienen un estilo absolutamente sorprendentes. No deja de deslumbrarme un mediocampista como Kevin De Bruyne o el reciente Balón de Oro, Rodri, cuya ausencia ha gravitado penosamente en el Manchester City. Rodri en un principio no es un jugador vistoso, porque es recuperador de balones, pero es un contención con cualidades extraordinarias para ir al frente. Y luego pues historias personales, como las de Luca Modric durante la guerra, cómo se formó y creció con su abuelo a quien asesinaron; o las asombrosas veteranías de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, que ya no son los mejores del mundo, pero se les acercan bastante.
-A propósito de jugadores. En su última novela de fútbol, “No fue Penal: una jugada en dos tiempos”, la primera descripción de un futbolista es la de un joven muy habilidoso que en su maletín deportivo lleva más cremas que las que tiene en su cartera la esposa del entrenador.
Y tiene que ver también con la percepción que tienen los jugadores de sí mismos y cómo son vistos por el entorno. Yo supe que Giovani dos Santos, un joven futbolista mexicano que había sido campeón mundial Sub 17, y ya jugaba por un equipo profesional, fue detenido en el filtro de seguridad de un aeropuerto porque llevaba no sé cuántas cremas, y yo dije que parecía más la maleta de una vedette. Los futbolistas de hoy están más preocupados de los comerciales que hacen y de lo que sus promotores les ofrecen; cada uno tiene tres teléfonos celulares... tienen enormes distracciones de su actividad principal que es jugar fútbol.
-¿Estamos frente al ocaso de los futbolistas que simbolizaban de cierto modo la fiereza, la rudeza, una suerte de masculinidad descontrolada en la cancha?
Yo no defiendo al jugador rudo, quebrantahuesos, pero sí defiendo la entrega y la pasión por el oficio. Y eso para muchos futbolistas no es tan importante como salir en un anuncio publicitario. Y es verdad que hay algunos futbolistas que destacan más en los avisos publicitarios haciendo unas jugada vistosas, que seguramente grabaron muchas veces, que por lo que muestran en la cancha.
-Nuevamente cito su libro “No fue penal...” cuando el entrenador protagonista (El Tanque), que llegó a salvar a su equipo el descenso, afirma lleno de convicción que “el empate es el triunfo de los cobardes”. ¿Cuánto refleja esa frase este fútbol cada vez más especulativo en el que hay un progresivo miedo a perder?
Esa frase tiene mucho que ver con equipos o países débiles. En México se ha llegado a celebrar en ‘El Ángel de la Independencia", que es donde se congrega la gente, un empate contra Argentina, por ejemplo. Uno dice que el festejo valdría la pena si hubiéramos ganado, pero nos damos por bien servidos con una igualdad. También está toda la postura resultadista de muchos técnicos en los torneos cortos, como son los que se juegan en México; entonces, el entrenador no puede apostar a estrategias novedosas o a probar jugadores de la cantera ni a intentar un nuevo estilo de juego, porque si le sale mal, pierde puntos. Y con tres partidos perdidos estás fuera de la posibilidad de seguir compitiendo. Así, muchas veces prefieren el empate seguro al triunfo, que siempre es una forma de inseguridad porque hay que arriesgar más. Cuando se cambió la puntuación de 2 a 3 puntos por ganar, se pensó que cambiaría esto. Parece que no ha sido un estímulo suficiente.
-Ni hablar entonces de la eliminación del descenso en México.
Eso es una aberración. Se pactó por cinco años, el pretexto fue la pandemia, que ponía en crisis a los clubes. Pero esto elimina la posibilidad de que surjan jugadores de la categoría llamada ‘ascenso’, pero que no conduce a ninguna parte.
Caszely, Zamorano, Salas y Vidal
-Para un creador literario como usted, ¿cómo inserta en el entramado dramático la presencia de los representantes?
Ha distorsionado mucho. Hace poco tuve el contacto con un promotor que quería ser mi representante literario y me asusté, verdaderamente, porque es un poco entrar en contacto con el Diablo. Distorsionan mucho las carreras de los futbolistas porque lo más importante para ellos es el lucro y la visibilidad que tiene un jugador. Los promotores adelantan los tiempos del futbolista. En México tuvimos a un jugador bastante notable, Chicharito Hernández, delantero de Chivas y la selección nacional, que habiendo jugado pocos partidos fue contratado por el Manchester United. Obviamente, fue fichado en calidad de suplente. Entonces no jugaba nunca, porque era joven y estaba Ruud van Nistelrooy como titular. Perdió gran parte de su proceso formativo por culpa del promotor, porque después, cuando fue al Real Madrid, pasó exactamente lo mismo. Si se hubiese ido a un equipo mediano de España, por ejemplo, nada de eso le hubiera sucedido. Esas decisiones tienen mucho que ver con la influencia negativa de los representantes.
-¿No hay manera alguna que el representante no sea el villano o el antagonista de alguna historia digna de contarse?
Es que es un especulador económico y a mí me molestan mucho. Es un intermediario que dificulta las cosas en función del dinero. Lo que busca es el club que pague más o que tenga mejor visibilidad para los productos que luego van a apoyar al futbolista. En un nivel mucho más modesto económicamente como es el de la literatura, yo no tengo agente literario porque no quiero que me diga ‘Juan, a ti te conviene ir a esta editorial porque te va a pagar un poco más’, y que yo deje a la que ha apostado por mí, con apoyo, con riesgo, con afecto. No he querido tener agente, lo cual quizás me ha perjudicado un poco, pero lo que busco en lo fundamental no es esa visibilidad.
-¿Necaxa o la Selección de México?
Ahora, la Selección. Durante mucho tiempo fue el Necaxa, porque era un equipo fiel a sus raíces, jugaba en mi ciudad; pero es tan difícil disociarte de un equipo que no puedes dejar de apoyar, porque es como dejar de apoyar tu propia infancia... Pero ya no me representa. Tiene una directiva muy especulativa, que utiliza la compra de jugadores que aún no han destacado de Chile, de Argentina, para llevarlos a México, para que una vez que jueguen bien, sean vendidos a clubes más fuertes. Es una suerte de hotel de paso de los futbolistas.
-Por Necaxa han pasado muchos chilenos, pero el que sobresale sin dudas en Ivo Basay. ¿Qué recuerda de él?
Claro que sí, Ivo Basay hizo una mancuerna maravillosa con Álex Aguinaga, el gran jugador ecuatoriano. Formó parte del llamado equipo de la década en los ’90.
-¿Alguna figura del fútbol chileno que sea un estímulo para escribir?
Bueno, yo he escrito de Carlos Caszely, lo vi jugar en el Español de Barcelona, que no era un equipo muy fuerte pero en el que Caszely anotaba con una constancia sorprendente. Y bueno, destacaba también por su postura política, negarse a darle la mano a Pinochet, la campaña que hizo en favor del No para el Plebsicito. Todo fue muy digno de parte de él. En México también tuvimos a Osvaldo Castro, Pata Bendita, un jugador con un cañón impresionante; el Mortero Aravena. Bam Bam Zamorano fue un futbolista que aprecié mucho; Marcelo Salas, un jugadorazo. Y otro que no terminaron sus carreras bien, pienso en Arturo Vidal, que creo que aún daba para más, tal vez por temperamento.
-Hay un tema con los hinchas que a lo largo de sus libros ha abordado, pero que parece no tener mucho arreglo, sobre todo en el continente americano. ¿Qué pasa con ese aficionado que por la pasión hacia su equipo o su Selección pierde los cabales?
Depende de las sociedades. El fútbol es un espejo extremo de nuestro tiempo, es como los espejos de las ferias de juegos, cóncavos o convexos, que nos hacen ver de una manera distorsionada. El fútbol no inventó la criminalidad ni la violencia ni el rencor ni el afán de venganza. Todas estas lacras sociales aparecen en las barras bravas una y otra vez. Pero si uno ve las barras de Barcelona no tienen comparación con las de clubes en Argentina, cuyos líderes varias veces han estado en las cárceles, se han dedicado al tráfico de drogas y tienen cuentas pendientes con la muerte, porque hay víctimas fatales por culpa de las barras. Es algo desbordado, pero que creo tiene que ver con la descomposición social. En algún momento pasó lo de los hooligans en Inglaterra, y se corrigió recuperando tejido social y tratando de evitar la complicidad de los clubes, que sin duda apoyaban a estos hooligans que metían miedo a los equipos rivales. También tiene que ver con la corrupción de los directivos y de clubes, que en América Latina son muy laxos, pues ya se ha infiltrado el crimen organizado en muchas barras. En ‘No fue penal...’ yo hablo del fanatismo loco, pero hasta cierto punto incruento, aquellos fanáticos que están dispuestos a dar su vida por el club y que religiosamente lo apoyan, y por otro lado los miembros del crimen organizado que se aprovechan del éxito que significa dominar la parte de una estadio para realizar las muchas transacciones ilegales que hacen.