Gustavo Álvarez, un entrenador que ha demostrado un fuerte liderazgo para dirigir equipos e innegociable pragmatismo para fijar criterios de elección, no pudo ser más preciso. “El técnico otorga oportunidades, pero el jugador se las gana”. La sentencia del argentino, si bien la extrapoló después para todo futbolista, tenía un contexto específico: Lucas Assadi.
No son muchos los proyectos de jugadores en Chile en estos últimos años que hayan tenido más visibilidad mediática que el joven volante de Universidad de Chile. Desde su aparición en las series menores de la U que se viene hablando del chico talentoso, explosivo, vertical, hábil, gambeteador y otros adjetivos que lo convirtieron rápidamente en la gran promesa azul; incluso los más entusiastas lo ubicaron como uno de los mejores proyectos del recambio chileno, por sobre su contemporáneo y amigo, Darío Osorio.
Pero Osorio ya se fue a Europa, hace rato. Y le ha ido más que bien en la liga de Dinamarca. Se ha despercudido futbolísticamente, ha ganado en volumen físico sin perder un ápice sus atributos técnicos. En el Midtjylland -no todavía en la Selección- se le puede apreciar con disciplina táctica y, sobre todo, con disposición a jugar sin el balón, a desmarcarse para recibir y jugar asociadamente. ¿Hubiese tenido ese progreso de haber seguido en la U? Definitivamente, no. ¿Era mejor que Assadi cuando jugaban juntos? Rotundamente, no.
Es cierto que cada jugador tiene un proceso de maduración diferente. Que el crecimiento depende de muchos agentes externos, que cada uno reacciona distinto a los logros o a las frustraciones. A contrario sensu: si todos explotaran en simultáneo, hasta sería rutinario. Pero en el análisis comparado, Osorio ya se distanció demasiado de su compañero. Por sobre un lapso más que prudencial.
Hay que reconocer que el club fue cauteloso con Assadi, que no lo expuso a riesgos superiores. Es de justicia admitir que varios técnicos del primer equipo entendieron, quizás sin que se los sugirieran desde la gerencia, que el joven tampoco estaba para asumir responsabilidades de tipos con experiencia y carácter que se echan el equipo al hombro. Pero la protección, o el exceso de cuidado, también tiene un límite que si sobrepasa genera daño. Y con Álvarez la condición de resguardo parece haber terminado, tal como el mismo adiestrador refirió con estadística pura y dura: “Llevo 45 partidos dirigidos, Lucas jugó en 33, fue titular en 8, tiene un promedio de 38 minutos por partido”.
Las oportunidades se otorgan, el jugador se las gana. Lo que podrían interpretarse como cifras favorables, la realidad dice lo contrario: en 2025 Assadi está relegado al banco de reservas y con varios nombres por delante del suyo como alternativas.
No hay que seguir dándole muchas más vueltas. Lo óptimo en el caso Assadi es que los involucrados promuevan un acuerdo económico atractivo para la U, tentador para el jugador y razonable para el club que quiera adquirir su pase o parte de él. Y que Assadi se vaya de Chile. Porque es un jugador de indiscutible talento que ya insinuó todo el potencial. Pero que hoy es una apuesta, no mucho más que eso.
Los accionistas alegarán que es un capital muy apreciado del club, los compañeros asegurarán que con la competencia interna va a despertar, los tolerantes expresarán que su actitud en la cancha no refleja sus ganas de triunfar, los optimistas dirán que con Álvarez (quien ya lo conoce bien) saldrá de la burbuja... Todas posiciones llenas de sentido. Pero mientras Assadi siga cómo y dónde está, la U perderá dinero y el jugador desperdiciará un tiempo muchísimo más valioso que calentar asiento en la banca o ingresar de tarde en tarde como la eterna promesa.