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Felices de que se quede profe, pero

Tenemos claro que, contra lo que Gareca dice, no es feliz ni se siente bien atendido en Chile. Y que, si hubiera plata, la amistad se habría desecho. Pero si va a cumplir el contrato, que al menos sea con condiciones.

Ricardo Gareca Se mantiene al mando de la Selección Chilena, contra viento y marea. (JONNATHAN OYARZUN/PHOTOSPORT/JONNATHAN OYARZUN/PHOTOSPORT)

El deterioro físico de Ricardo Gareca mientras ha estado a cargo de la Selección es más que evidente. Llegó canchero, melena blonda al viento, lentes oscuros y con muchas ganas de hablar y, al cabo de unos cuantos meses, se ve demacrado, barbón y desgreñado con el peor porcentaje de rendimiento desde la época de Pedro García y Jorge Garcés, en esas nefastas clasificatorias del 2001. Por eso no le creo el discurso de los feliz que ha estado, lo bien que lo habrían atendido y que quiere quedarse otros cuatro años, donde con seguridad se iría quedando calvo.

Chile ha tenido, en más de un siglo de historia, 22 entrenadores chilenos, 11 argentinos, cinco uruguayos y cuatro húngaros. Un italiano, un inglés, un español, un croata y un alemán, además de un colombiano, completan el listado. Fueron pocos los que gozaron de cierta tranquilidad. Un puñado se quedó más de cinco años en el cargo: Riera, Platko, Santibáñez, Acosta y Bielsa. Pero la mayoría se fue arrastrada por el tsunami de los resultados. Extrañamente, los dos que ganaron títulos, Sampaoli y Pizzi, tuvieron también tormentosos finales; uno se sintió rehén, el otro se fue sin decir palabra.

Lo de Gareca quedará en la historia por una particularidad: jamás un elegido tuvo tanta unanimidad en su llegada. Fue un clamor generalizado y en su contratación no hubo riesgos, ni audacia ni convicciones. Estaba escrito. Pero esa fe se diluyó con rapidez y lo más probable es que apenas vuelva a Buenos Aires se junte con sus amigos para contarles el calvario que está viviendo en Santiago.

En 1950, cuando Chile clasificó de rebote al Mundial de Brasil tras la renuncia de Argentina, la dirigencia se volvió loca. Contrató a José Luis Boffi, un argentino, pero al poco rato le puso una insólita dupla técnica: Waldo Sanhueza, ex jugador y dirigente, que luego se declararía “seleccionador único”. Sanhueza era un tipo audaz; publicó una carta en la prensa pidiéndole al público paciencia y que no lo criticaran cuando hacía cambios, porque siempre pensaba en el bien del equipo.

Como el respetable pareció no hacerle caso, el 28 de enero, mientras se jugaba un amistoso de poca monta frente a Rampla Juniors, Sanhueza subió en el entretiempo a la cabina del estadio y pidió comprensión a través de los parlantes, ante las pifias que surgían desde todos los rincones del recinto. Aprovechó para explicar por qué jugaba Infante y no Lorca como centrodelantero.

Sanhueza perdió el poco crédito que tenía, le pusieron a Platko como dupla técnica, al poco tiempo el húngaro siguió solo y a pocos días del Mundial lo echaron. Asumió Alberto Buccicardi, que venía de ser campeón con la UC, y jugó la Copa del Mundo sin haber dirigido ni un solo amistoso.

Cuando pienso que Gareca se queda porque no hay dinero para echarlo, de inmediato lo asocio a Sanhueza y su afán por explicarle a la gente, que muchas veces es lo mínimo que se puede hacer. Si Milad tuviera liderazgo, fuerza o ganas, le exigiría al Tigre varias cosas para que todo fluya. Lo primero, un reloj control en Juan Pinto Durán, no para exigir ocho horas diarias de trabajo, sino para tener una idea mínima de cuándo está, cuánto rato se quedó y qué hizo el profesor en nuestro centro de entrenamiento.

Lo mínimo, si se va a quedar, es que vaya al estadio al menos una vez a la semana. Si quiere, en un rango no superior a los 120 kilómetros de Santiago, se lo cedo. Uno del torneo, otro de Libertadores, alternando. Y que vaya a un par de entrenamientos de la Sub 20, aunque sea para tomar sol, porque además se ve medio pálido. Milad debería, además, exigirle a Gareca un par de charlas -sobre su experiencia en Perú, claro- en el INAF y el Sifup, quizás en alguna Caja de Compensación o a la bancada del Partido Social Libertario. Motivacional, que le llaman generosamente.

Y, si va a continuar con nosotros, forzada o alegremente, lo mínimo es transmitir confianza desde lo gestual. Lo actitudinal, como se dice ahora. Acicalarse un poco, recuperar prestancia, confiar, como lo hizo Waldo Sanhueza, en que la gente, si se lo explican bien, lo puede entender todo.

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Premio Nacional de Periodismo Deportivo 2001, comentarista de TNT Sports Chile y Chilevisión. Conductor en ADN Radio.