Si Colo Colo se sigue descuidando, puede que el Centenario se convierta definitivamente en un año maldito. Porque ya es trágico, por la muerte aún no esclarecida en su origen de aquellos dos jóvenes hinchas.
Y la palabra descuido no es gratuita, porque quienes tienen la responsabilidad de comandar al club en sus numerosas dimensiones, han desatendido la relevancia social de la institución, la imagen pública del club más grande del país y el profundo orgullo que la gran mayoría de sus hinchas y seguidores bien nacidos sienten por la insignia del Cacique.
Y la palabra desatención tampoco es casual, porque se da por entendido que las acciones voluntarias de estos directivos que ‘aman’ la camiseta alba y estos ejecutivos que viven del club, no fueron conscientes del daño que podrían causarle a Colo Colo. Seguir argumentando a esta altura que los incidentes, ocurridos dentro y fuera del Monumental, son imponderables, sucesos imprevisibles, tiene múltiples interpretaciones. La primera y más miserable: para que la pérdida no sea tan voluminosa. Las otras, para desnudar un exceso de confianza y de ingenuidad en la correcta conducta del hincha y, en el peor de los casos, para observar un creciente temor por intentar controlar a los delincuentes que habitan en los piños, esos que verbalizan con estridencia y que operan con la violencia.
El relato triunfal que circundó los festejos previos al Centenario, necesario para engalanar la fecha y posicionar el hito, y las altas expectativas desplegadas a comienzos de año por Aníbal Mosa, desde la presidencia; Jorge Almirón, desde la banca técnica; Arturo Vidal, como el símbolo del plantel, y luego, la sincera colaboración del enorme y respetable Carlos Caszely, como el tesoro vivo de la grandeza del club, lamentablemente se diluyeron en una serie de episodios evitables, donde las palabras descuido y desatención se avienen solo a través de una mirada generosa.
La interrupción de la pretemporada por motivos nunca sólidamente aclarados, pero que sí tuvieron un origen por premios impagos, dieron una campanada de alerta en los albores del Centenario. La eterna disputa entre los bandos accionarios llevó a la facción de Leónidas Vial a cuestionar el millonario gasto en jugadores -que Mosa justificó porque era un año especial- y reforzó la certeza que ni los cien años salvaban las diferencias internas que afectan la propiedad de Blanco y Negro. Por si fuera poco, el escándalo administrativo y de trato personal que obligó a adelantar las elecciones en el Club Social y Deportivo, confirmó que ‘la pureza del socio histórico’ no escapaba de la degradación directiva que se instaló en Colo Colo. Ni hablemos de la riña ordinaria entre Mosa y el director Carlos Cortés durante una sesión de directorio (solo faltó que uno de los dos sacara un estoque o desenfundara una pistola para completar el cuadro) o de la publicitada maqueta de remodelación del Monumental que se exhibió en el festejo oficial, que no tiene financiamiento ni permisos.
En la cancha tampoco ha habido mucho que rescatar. El equipo de Almirón no ha jugado en todo el año lo que se espera del campeón vigente y del plantel más rico del medio. La discontinuidad de partidos, en gran parte validada por el propio técnico que ha priorizado por el descanso de los futbolistas para Copa Libertadores, acentuó el irregular rendimiento. Un efecto natural, lógico y que resulta incomprensible que no se haya evaluado antes de privilegiar por no jugar. Las anteriores derrotas ante O’Higgins y Huachipato, y ahora con el debutante Limache, son el fiel reflejo de un equipo confundido en su funcionamiento, extraviado en su falta de eficacia y sin que los baluartes del año pasado y los carísimos refuerzos acrediten su jerarquía.
Va quedando la Copa Libertadores, el trofeo mayor y eje central del festejo Centenario, como rescate de este semestre que se augura despreciable. Pero sabemos que no pinta nada bien y que lo ya sucedido, la incompetencia directiva, el descontrol, los delincuentes, la autoridad displicente, los reventones, el atropello policial, las muertes, los desórdenes, los hinchas-narcos, la invasión, las multas, los castigos, las explicaciones y los lamentos hipócritas, es una secuencia tan dramática como irreversible. Las opciones de clasificar son bajísimas, y puede que este martes en Brasil queden reducidas a luchar por el objetivo de consuelo, rasguñar un cupo en la Copa Sudamericana, si es que...
Ni el oponente más feroz y vengativo habría escrito un guion tan desgraciado como éste para el desarrollo del Centenario del Cacique. Cabe preguntarse si el libreto aún puede corregirse para salvar el año, y para que la historia no termine avergonzando a sus protagonistas, se lo tengan o no merecido.