La tarde del 18 de septiembre de 1982, en el marco de la décima fecha del campeonato de Primera División, Colo Colo venció 2-1 a Regional Atacama. Al Estadio Nacional llegaron 8.147 espectadores, una cifra exigua, aunque razonable en el marco de las Fiestas Patrias. El país vivía los primeros meses de una crisis económica feroz, graficada en el alza del dólar decretado en junio, en medio del Mundial de España ’82. Se avecinaban las protestas.
En la cancha, observábamos que los delanteros copiapinos echaban a correr la pelota y se llevaban a un veterano Elías Figueroa. No lo podíamos creer, pero era cierto. Jugar hasta los 36 años era inusitado en esos tiempos. No estoy seguro si fue Juan ‘Roly’ Núñez el que picó hacia el arco sur por el sector derecho, pero sí tengo claro que el tres veces mejor jugador de América no lo pudo seguir. Sentimos pena desde la tribuna Andes.
El 1 de enero de 1983, por la jornada 26 del campeonato, en un 2-2 con Universidad de Chile, Elías Figueroa dijo que se retiraba. En Ñuñoa, 52.598 espectadores le dieron el adiós. Décadas después, en una conversación con Patricio Yáñez, le preguntamos por qué se había retirado en 1984. Le comentamos que aún lo veíamos competitivo. El ‘Pato’, con frialdad y franqueza, fue categórico: “Cuando la tiré a correr a un lateral, que me llevaba siempre, y me alcanzó, me di cuenta de que había llegado el final”.
Seguro que nadie la ha dicho esto a Arturo Vidal. Casi como un pensamiento mágico, el 23 de los albos, su entorno y los hinchas más recalcitrantes, insisten en que aún es el futbolista rutilante que se consagró en el equipo de Claudio Borghi en 2006. Ese que recorría el campo de área a área, que llegaba a definir con su notable juego aéreo por el segundo palo, que sacaba el remate de media distancia o que aparecía vacío con su impronta física en la espalda de los centrales.
Un volante que encabezaba la presión sobre los rivales, pero que en el retroceso siempre aparecía en la foto para dar una mano a los defensores, salvar en la raya o despejar con un cabezazo cuando alguien llegaba en el sector contrario del ataque rival.
Ese Arturo Vidal ya se fue. Es lógico.
Próximo a cumplir 38 años, el ‘King’ vive el ocaso de una carrera impresionante. Dueño de sus decisiones, él definirá hasta cuándo estará en el campo. Lo que no puede ocurrir es que sus decisiones comprometan el futuro de Colo Colo. En su actual nivel, más allá de algún chispazo de su enorme categoría, no está en condiciones de seguir en la titularidad del Cacique. Por ahora le alcanza para ser actor de reparto, ingresar en el segundo tiempo, pero no para erigirse como la columna de su cuadro.
Es complejo para Jorge Almirón o cualquier otro entrenador dejarlo en la banca o no citarlo. Su peso específico, el recuerdo cercano de su grandeza, la permisiva relación que construyó con el presidente del club, Aníbal Mosa, no facilitan la definición que los neutrales o más fríos hinchas del elenco popular entienden como necesaria.
En su caso, el declive es más evidente porque siempre marcó diferencias desde su exuberancia física. Casi como en el epílogo de su jerarquía, ante Fortaleza metió dos pases largos, con la derecha y la izquierda, que nos recordaron sus años de gloria. Vidal merece irse del fútbol de otra manera, con la imagen del gol que dio a Colo Colo el título en Copiapó, por ejemplo, pero no con esta postal tan lejana de lo que fue su maravillosa carrera.
Viene la doble fecha eliminatoria del Mundial de 2026, ante Argentina y Bolivia. Sabemos que Ricardo Gareca toma decisiones llamativas. Sin embargo, en el panorama actual, sería un despropósito citarlo. Su rendimiento y su inconducta, en la lógica de un deportista que ya está más afuera que adentro, son elocuentes.