El jueves pasado el relator y comentarista Claudio Palma denunció una situación insólita: Chilevisión, dueño de los derechos de televisión del Mundial Sub 20, quiso hacer una serie de perfiles a los jugadores seleccionados por Nicolás Córdova, como una forma de darlos a conocer a los hinchas y promocionar el torneo que se jugará en nuestro país. Nada especial, entrevistas a los muchachos, datos estadísticos, pequeños clips con sus movimientos en la cancha. Ocurrió que una gran parte de los Sub 20 que iban a ser entrevistados pidieron dinero por hacer las notas. Es decir, no lo pidieron ellos directamente, fue un representante, quien, a la vez, habla en nombre de otro representante: Fernando Felicevich.
No pagan, no hay entrevistas. Palma se fue de espaldas y decidió denunciarlo públicamente. Muchachos con escasos minutos en Primera División, prácticamente unos desconocidos para el hincha, que de suerte han estado frente a un micrófono, no pueden hablar porque su representante cobra.
Se me ocurren distintos adjetivos, pero me quedo con uno: miseria.
Es escandaloso que un publicista argentino que vive en Estados Unidos, determine quién habla y quién no en una Selección Chilena de fútbol. Que, desde su afán desquiciado de lucro y control, sea capaz de limitar el derecho a la libre expresión de un grupo de ciudadanos y maneje de forma oficiosa las comunicaciones de un equipo en un torneo que es generosamente subvencionado por el Estado de Chile. Es decir, sus impuestos, querido lector.
Más escandaloso es que la ANFP no intervenga al respeto ya que, el agravio, no es con la prensa de modo genérico, es con un socio comercial directo, Chilevisión, que le entrega millones de dólares por transmitir todas las selecciones.
Hace mucho rato que Fernando Felicevich y su empresa de representación y marketing, Vibra, hacen y deshacen en el fútbol chileno. Su poder excede largamente al aporreado Pablo Milad y están metidos hasta en las duchas de los camarines de los tres grandes: Colo Colo, Universidad Católica y Universidad de Chile. Patética fue la secuencia de Aníbal Mosa sermoneado por el propio Felicevich en las afueras de un hotel en Buenos Aires, una vez que se destapó la relación impropia de Arturo Vidal con las apuestas. Para más datos, esa jornada Colo Colo llevó en su van oficial a Felicevich y toda su troupe al cilindro de Avellaneda para ver el partido contra Racing.
El publicista devenido en Don del fútbol nacional no da paso en falso. Muchos se preguntarán cuánto puede ganar cobrando entrevistas de jugadores Sub 20 que pocos conocen. Para su mentalidad, cualquier cosa que caiga viene bien, pero el tema es más profundo: acá lo que articula no es tanto el dinero como el control. El mecanismo de imponer una mordaza a los jugadores que maneja lo instauró apenas se hizo del grueso de la Generación Dorada. Apenas fueron transferidos al extranjero, Vidal, Medel, Alexis y unos cuantos más se transformaron en mudos funcionales del argentino. Nadie alegó entonces. Algunos, incluso, pagaron millones por entrevistas insulsas, plagadas de lugares comunes, donde apenas se podían rescatar dos o tres frases en medio de un océano de frívolas trivialidades.
Al impedir que un jugador hable, y cobrar en nombre de él por hacerlo, se instaura un mecanismo de control muy rígido y eficiente. Se le enseña a temer sus propias palabras y antes de eso, sus pensamientos. Se le idiotiza de manera funcional.
Es el momento de poner límites a esta práctica coercitiva. No espero nada de Pablo Milad. Esto se viene denunciando hace más de una década. Los jugadores pasan, pero la práctica miserable se mantiene. Basta.