Para entender al Mundial de Clubes como producto, hay que ir al origen. Gianni Infantino cocinó a fuego lento este campeonato en Arabia Saudita.
Desde el 2018, el presidente de la FIFA ha cosechado una estrecha relación con el país de Medio Oriente y con el príncipe heredero Mohammed bin Salman, presidente del PIF (Fondo de Inversiones Públicas de Arabia Saudita).
La idea que rondaba en la cabeza de Infantino tuvo algunos traspiés. Cuando salió al mercado a vender el producto, no generó el suficiente entusiasmo para financiar el torneo con los derechos comerciales y televisivos, pero lo que no sabíamos, es que Infantino encontraría la solución tocando la puerta de sus socios saudíes.
Los dineros arábicos destrabaron la inversión necesaria para que el torneo fuera rentable, a través de derechos de televisión y firmas de alianzas comerciales; una jugada que el presidente de la FIFA materializó tras la oficialización de Arabia Saudita como organizador de la Copa del Mundo del 2034, apenas 12 años después de que Qatar fuera el anfitrión, saltándose así, el tradicional protocolo del giro de la organización de Mundiales por los diferentes continentes.
Es claro y gráfico que el origen de todo esto tiene que ver con temas comerciales y devuelta de favores. Lo que no quita que lo que comenzó como un Mundial artificial y que sólo tenía motivos económicos, en la práctica, fue entusiasmando al mundo futbolero.
La irrupción de este campeonato nos ha dado, entre otras cosas, la posibilidad de contrastar culturas, tradiciones y visiones. Clubes diversos que se quieren mostrar al mundo y fanáticos orgullosos que acompañan el viaje. En la danza de los millones, el Mundial de Clubes retrata lo más puro que tiene el fútbol, el sentido de pertenencia y el orgullo deportivo.
Es un campeonato que, pese a tener un predominio de los poderosos, entrega innumerables oportunidades para gestas deportivas donde la gloria es una opción latente. El torneo, además, impulsa diferentes corrientes tácticas que nunca se han enfrentado y, así como ocurre en una sociedad, en el fútbol la diversidad también enriquece.
Hemos visto cómo jugadores de ligas menores pueden pasar desde el anonimato a transformarse en verdugos de clubes poderosos. Historias tan increíbles como la del profesor neozelandés Christian Gray quien, con un equipo semi amateur (Auckland City), le anotó a Boca Juniors.
Son numerosas las conclusiones apresuradas que surgen con la primera edición de esta competencia que aún está en desarrollo. Al ser un torneo nuevo, hay que tener cuidado con aseveraciones tajantes. La distancia y el tiempo nos permitirán hacer un balance más integral, pero pareciera ser un proyecto con mucho potencial.
De todas formas, hay varios puntos que generan incertidumbre y legítimas dudas de cara a futuras ediciones, así como también hay aspectos dignos de destacar.
La incertidumbre tiene que ver con el claro cansancio que evidencian los equipos europeos en el final de sus temporadas. Seguramente, será un tema a ajustar, ya que el calendario del Viejo Continente ha sido exprimido al máximo. Si bien, hoy tenemos más partidos, lo desafiante será sostener y mejorar la calidad de ellos. Cabe mencionar que Europa contó con ese hándicap toda la vida, cuando eran los equipos sudamericanos lo que tenían que ir desgastados a jugar la Copa Intercontinental y el Mundial de Clubes.
Respecto de la ilusión que ha generado este torneo, los equipos brasileños han avanzado una enormidad en el desarrollo de sus proyecto deportivos. Clubes como Flamengo y Palmeiras vivieron una palpable modernización de sus estructuras en los últimos años que los ha llevado a tener poco que envidiarle a sus pares europeos y lo han demostrado en cancha.
Para el éxito futuro de este campeonato, será esencial el innegociable valor del mérito deportivo. La participación del Inter Miami sólo tiene argumentos comerciales, ya que no hubo ningún razonamiento lógico en su clasificación. Los millones y el nombre de Lionel Messi pudieron más.
Otro de los focos de preocupación, tienen que ver con la poca variedad de sedes. Da la impresión que la FIFA concentró la organización de los eventos masivos en apenas unos pocos países. Prueba de ello es que Qatar organizará las próximas cinco ediciones del Mundial Sub 17.
En términos económicos, la FIFA repartirá mil millones de dólares. El campeón podría llegar a ganar 125 millones de dólares, una torta que si bien estimula las ganas de jugarlo, podría tener consecuencias peligrosas. Con estos dineros se podría seguir estirando la brecha de las potencias de cada continente con sus rivales.
El enorme potencial de este torneo podría desvanecerse rápidamente con las ya habituales ideas rupturistas de la FIFA y que se quieren implementar en las próximas ediciones del Mundial de Clubes. Infantino desea realizarlo cada dos años y con 48 equipos, lo que a mi juicio le provocaría una prematura degradación.
No podemos negar que al suizo-italiano se le ocurrió una idea con mucho potencial de desarrollo, pero tampoco podemos obviar que por ahora es un campeonato frágil y que su principal amenaza son las futuras decisiones de su propio creador.