Por Danilo Díaz
Suena a ironía recordar que se cumplen 40 años de las hazañas de Cobreloa, que llevaron al cuadro de Calama a debutar en la Copa Libertadores y llegar a la final de forma invicta. El presente amargo contrasta con esa primavera inolvidable, con el doble triunfo en el vedado Centenario de Montevideo para los equipos chilenos. Las llamativas camisetas naranjas, de una institución fundada apenas el 7 de enero de 1977, salieron victoriosas frente a Nacional y Peñarol, en una epopeya que aún emociona.
Un proyecto que nació con Andrés Prieto en la banca desde 1977, con el ascenso en la Liguilla de Promoción y los segundos lugares en 1978 y 1978. Vicente Cantatore asumió para cerrar el círculo local con la corona de 1980, la primera de las ocho que los Zorros del Desierto lucen hasta hoy. En esos años la Copa Libertadores el formato se desarrollaba en grupos de cuatro equipos, de dos países. Uno avanzaba a las semifinales, que en rigor eran dos triangulares, con partidos de ida y vuelta para desembocar en una final, también a doble cotejo y la opción de un desempate en terreno neutral.
En marzo de 1981 se inició el derrotero copero. La zona fue con Universidad de Chile y los peruanos Atlético Torino y Sporting Cristal, que contaba con el emergente Julio César Uribe. Estaba fresca la disputa con la U por el título de la temporada anterior, que solo se resolvió con el penal que Enrique Marín sancionó a Alberto Quintano en Coronel en el 1-1 frente a Lota Schwager. El estreno fue en el Estadio Nacional con una igualdad sin goles. El comentario de Igor Ochoa en la revista “Estadio” habló de un duelo intenso, batallado, pero de escasas situaciones de riesgo.
La visita a Lima se zanjó con dos empates, pero la victoria de los azules sobre Atlético Torino dejó al Chuncho bien aspectado para definir la llave, cuando el sistema entregaba dos puntos a los ganadores y uno a la igualdad. El registro con la U mostraba empates en Santiago y Calama en 1980. El equilibrio era manifiesto. En el minuto 84, un desborde del mendocino Oscar Roberto Muñoz por la derecha, que superó a un joven Patricio Reyes, terminó con un centro atrás y el empalme de derecha del uruguayo Jorge Luis Siviero.
El actual comentarista de “Golazo” de UCV radio vivía momentos duros. La hinchada y la crítica no olvidaban a su antecesor, Nelson Pedetti, quien no fue renovado pese a ser clave en el título. El formar parte del plantel que conquistó el Mundialito de Uruguay no bastaba para seducir a una afición exigente. “Ese gol a la U fue muy importante, porque si bien había hecho algunos goles en los partidos del torneo Polla Gol, en la Copa no convertía y la hinchada no les daba valor. Incluso Vicente (Cantatore) me sacó con Cristal en Lima. Después de ese gol se terminó todo y dejé de ser cuestionado. Hice un gol a Torino y dos a Cristal”, rememora el autor del tanto frente a OIimpia de Asunción en 1982, que dio el pasaje a la segunda final de la Libertadores.
Un doble 6-1 a Atlético Torino y Sporting Cristal, con el Municipal de Calama repleto, resolvió el paso a la semifinal. Los archivos de YouTube permiten dimensionar la enorme categoría de ese conjunto que se paseó por Sudamérica. El gol de Juan “Roly” Núñez ante Atlético Torino o las salidas explosivas desde el fondo, con aceleraciones de tres cuartos de cancha en adelante, se mantienen vigentes. Hugo Tabilo venía desde el lateral derecho y buscaba por fuera o con diagonales, mientras Enzo Escobar enganchaba hacia adentro para meter el remate o el centro. Raúl Gómez, el lateral izquierdo que competía con Escobar, también aparecía en ofensiva. Su conquista ante Cristal es una demostración.
El batacazo (subtítulo)
Cobreloa se instaló en semifinales y el calendario deparó a los colosos uruguayos Nacional y Peñarol. Los tricolores eran los campeones vigentes de la Copa Libertadores y de la intercontinental. Ambos cuadros eran la base de la selección oriental que en el verano de ese año se llevó el Mundialito, que conmemoró los 50 años del primer campeonato mundial. La lógica se daba en el Centenario cuando Julio César Morales anotaba el 1-0 para Nacional. Con fútbol y temple, los nortinos dieron vuelta el marcador y generaron un hito: el primer triunfo de un equipo chileno en Uruguay con goles de dos zurdos. Héctor Puebla y Washington Olivera. En la misma gira, vino el tiro libre del “Trapo” Olivera, que venció al arquero mirasol Fernando Alvez. Cobreloa derrotaba por segunda vez a un conjunto charrúa en un templo del fútbol y generaba una marca indeleble para nuestro balompié.
En Calama vinieron las revanchas, que fueron casi un trámite, porque Cobreloa volvía con cuatro puntos y en sus duelos internos, Peñarol con Nacional registraron un doble 1-1. Se hablaba de la altura, del calor del desierto. Es indudable que esos factores influían, pero ante todo los naranjas poseían un plantel amplio, con futbolistas jóvenes, ambiciosos, de buena técnica y una columna vertebral con recorrido internacional: Oscar Wirth en el arco, Mario Soto como central derecho, Víctor Merello para manejar el equipo y los uruguayos Siviero y Olivera.
A juicio de Wirth, el espíritu que impregnó Cantatore fue determinante en ese ciclo brillante. “Hay que tomar el valor a la forma en que armó el plantel, tal como lo hizo en España. Vicente era un tipo asertivo, tenía esa capacidad de ver quién era un aporte en lo individual, pero que eso no generara un desequilibrio en lo grupal. Lo colectivo era lo fundamental. Era un lote que trabajaba de manera increíble. Si te fijas, a Nacional y Peñarol les ganamos en los últimos minutos, lo mismo que a Flamengo en Santiago. Eso ocurría, porque independiente del rival, siempre queríamos ganar y creíamos que podíamos ganar”, explica el ex arquero.
El capitán Mario Soto cuenta que después de los partidos en Lima, hubo críticas al juego de Cobreloa. Una voz que los cuestionó fue la de Julio Martínez. “No tuvo buenas frases para nosotros, pero después tuvo la nobleza de reconocer todo lo que hicimos. Éramos pocos los que teníamos experiencia, pero se juntó un grupo extraordinario, entregado al trabajo. Un proyecto, que primero tuvo a don Andrés Prieto y después a Vicente Cantatore”, rememora el 4 de los Zorros.
En el plano futbolístico, Wirth proporciona algunos detalles del equipo del 81: “Merello era un lanzador extraordinario, que sabía entenderse con los volantes. El “Hippie” Jiménez jugaba en cualquier puesto y siempre bien, el ‘Nene’ Gómez tenía un gran talento, pero también sentido táctico. Nuestra filosofía, que la imponía Vicente, era ganar jugando al fútbol. Se pensaba que en Uruguay podía venir el descalabro, pero creíamos en lo nuestro. Me acuerdo de que en el tiro libre con Peñarol en el Centenario le decían al ‘Trapo’ que no pateara, pero él estaba convencido e hizo lo que hizo. El ‘Negro” Armando (Alarcón), por ejemplo, era siempre igual, si en los entrenamientos le decíamos que se cambiara los zapatos, porque los tenía medio afilados, jajaja. El partido de los jueves lo jugaba igual y metía igual”.
Las palabras del segundo portero en el Mundial de España 82 son refrendadas por Víctor Merello, quien hoy se desempeña como entrenador en la sub 21 de Fernández Vial. “Vicente era muy simple y creo que no se le ha valorado. En
casa era un 4-2-4 y de visita un 4-4-2. Teníamos identidad futbolística. Afuera, Siviero se tiraba atrás como un cuarto volante y Vicente sacaba al ‘Nene’ Gómez y metía al ‘Ligua” (Héctor) Puebla o a otro mediocampista. En Calama, el ‘Nene’ era casi un segundo nueve. Por eso hacía muchos goles”, explica el “Chueco”. Siviero ratifica la visión del 8 naranja: “Vicente nos decía ‘ya muchachos, armemos el cuadrado mágico’ y ahí yo me metía de volante recostado por la izquierda, el ‘Nene’ por la derecha, para aprovechar su pierna izquierda y que enganchara hacia adentro, mientras que Víctor bajaba y se ponía a la derecha de Armando. Eso lo hacíamos mucho de visita”. Mario Soto no escatima en elogios para Eduardo Jiménez. “El ‘Hippie’ era maravilloso, un jugador moderno, tácticamente completo, jugaba en todos los puestos y no fue arquero por la estatura. Nos entendimos muy bien”, afirma.
Uno de los protagonistas de esas epopeyas fue Héctor Puebla, campeón en Cobreloa en 1980, 82, 85, 88 y 92. El “Ligua” anotó el gol del empate frente al Bolso montevideano, superando al golero Rodolfo Rodríguez. “Cantatore era muy motivador, sabía llegar al jugador. Antes de viajar a Montevideo, le ganamos a Colo Colo en Calama (3-1). Varios de los que fuimos titulares ese día pensábamos que jugaríamos con Nacional. Yo quedé en la banca y entré por Oscar Roberto Muñoz. Tuve la oportunidad de conseguir el empate. Venía por la derecha, me acomodé rápido y metí el zurdazo. Después vino el gol de Olivera y Vicente habló en la cena. Su charla fue clave para llegar al segundo partido”.
Puebla agradece a Cantatore, quien los llevó a Calama desde Lota Schwager, donde fue su jugador. “Me sacó provecho, aprendí a jugar en todos los puestos. En Lima, con Sporting Cristal, me puso de nueve y me dijo que picara siempre, que cansara a los centrales. Olivera y Siviero ayudaban mucho, porque eran muy tácticos y con el Armando (Alarcón) y el ‘Hippie’ Jiménez teníamos pierna fuerte”, recuerda el zurdo.
Las finales subtítulo
Si alguien apostaba que Cobreloa alcanzaba la final de la Copa, con seguridad cobraba un premio gigante. Un debutante en el principal torneo de clubes del continente, que clasificaba invicto para medirse a Flamengo, cuya figura principal era Zico, el mejor jugador brasileño de la época, asomaba como una sorpresa mayúscula. La derrota 2-1 en Maracaná ofreció dos caras. Un primer tiempo bravo, que estuvo cerca de la goleada. Dos anécdotas resumen esos 45 minutos. A cuatro décadas de esa noche, el “Ligua” dice que “si hubiésemos tenido un partido previo en Maracaná, la cosa pudo ser distinta, porque en el primer tiempo nos dedicamos a mirar el estadio, jajajaja”. Siviero recuerda que “en los 20 minutos iniciales pensé que nos hacían 8. Tiraban caños, tacos, nos estaban pegando un baile bárbaro. En eso le digo al ‘Negro’ Armando ‘pegá una patada, porque nos están volviendo locos. Y agarra a Zico, que jugaba sin canilleras y lo rayó entero, jajajaja. En ese momento nos despertamos y como que ellos sintieron el impacto. En el segundo tiempo jugamos muy bien, me hicieron el penal, que Víctor convirtió y estuvimos cerca del empate”.
Todos coinciden en que la carencia de oficio en una instancia de esta naturaleza marcó el rumbo de la serie. “Había cuatro o cinco con roce internacional, el resto veníamos de equipos chicos”, certifica Merello. “Enzo Escobar, el ‘Chino’ Wirth, Mario Soto, el ‘Trapo’ y yo éramos los únicos con experiencia internacional, sostiene Siviero.
La gloria estuvo cerca. En Santiago, el Nacional repleto los acompañó en la victoria 1-0 con gol de tiro libre de Merello. Pasan los años y el 8 loíno cuenta que “la emoción se mantiene. Un momento único ese gol a Raúl. Quedó en la historia y sirvió para ratificar el amor que uno tiene por esta profesión. Me tenía mucha confianza, por eso le pegaba de cualquier posición y con cualquier superficie (el gol a Sporting Cristal es un ejemplo). Tuve un poco de fortuna, porque se desvió en un hombro en la barrera, pero le pegué muy fuerte, le metí el borde interno y el empeine”.
El 2-0 del tercer juego, en Montevideo, con los tantos de Zico, la expulsión temprana de Armando Alarcón y la gresca del final, por la agresión de Anselmo a Mario Soto, forman parte de la memoria colectiva del fútbol chileno de los 80. El zaguero fue apuntado por los jugadores del cuadro carioca y la prensa como incitador a la violencia, sobre todo en el partido en Santiago. Soto lo toma con humor: “Tenían razón, pero el momento lo ameritaba”.
Una historia inolvidable de un plantel que marcó para siempre el fútbol chileno.