El miércoles 16 de octubre del 2024 es una fecha que nunca voy a poder olvidar. Ese día, pasadas las cinco de la tarde, Liam Payne murió en Argentina tras caer del balcón de su hotel en extrañas circunstancias, justo en medio de una ola de odio y acoso masivo a través de redes sociales, y teniendo solo 31 años de edad.
Luego de leer la noticia, mucho de lo que pasó ese día para mí es un borrón total. Recuerdo los mensajes de mis amigos, que sabían lo mucho que significaba Liam para mí, preguntándome si estaba bien e intentando consolarme. Escucho una y otra vez los mismos conceptos que se repetían sin cesar en la prensa de todo el mundo: suicidio, sobredosis de droga, lesiones incompatibles con la vida, asesinato, abandono de persona, negligencia… todo sin tener ninguna certeza de lo que acababa de pasar.
Ese miércoles, Liam desaparecía de la nada y sin aviso, dejando más preguntas que respuestas detrás de sí. Presencié en primera fila la deshumanización total de una de mis personas favoritas, su vida completa quedaba resumida a sus errores más humanos, esos que nunca tuvo miedo en reconocer públicamente con el afán de inspirar a otros que pasaban por lo mismo.
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En ese minuto, poco se hablaba de que antes de que la fama lo consumiera por completo, Liam solo era un chico de 14 años, proveniente de una familia de clase media de Wolverhampton, Inglaterra, que amaba la música y que persiguió incansablemente sus sueños hasta conseguirlos. Una persona sencilla y humilde que había sobrevivido al bullying escolar y a la presión de pertenecer a la boyband más grande de la década, One Direction, entregando todo de sí para hacer felices a sus fans hasta el último día de su vida.
Nadie recordó que el hombre que apuntaban con el dedo era el mismo que había aprendido a decir “te amo” en cada idioma que pudo para hacer sonreír a sus fans, a las y los que siempre priorizó incluso por sobre sí mismo, pasando horas afuera del mismo hotel en el que murió y donde hasta hoy hay un pequeño memorial en su nombre solo para estar con ellas y hacerlas felices. Todo, sin que nadie supiera que estaba atravesando uno de sus momentos más oscuros.
Al día siguiente, afuera de la Embajada del Reino Unido en Chile, decenas de desconocidos me demostraban que no estaba sola en mi dolor. Una comunidad entera se reunía para llorar su partida, abrazándonos entre nosotras para afrontar un adiós para el que nada nos habría podido preparar a pesar de no conocernos entre nosotras. Su música, la que había sido la banda sonora de mi vida por varios años, sonaba fuerte en el fondo mientras cantábamos entre lágrimas, dejando flores y globos a cientos de fotografías que resumían lo que había sido su corta existencia.

“Es extraño porque nunca lo conocí en persona obviamente, pero me siento como si se hubiera muerto mi mejor amigo”, me contaba una de las chicas que, como yo, también asistió a la velatón, una sensación que para mí tampoco era comprensible pero sí muy real.
Y aunque para algunos lo que estoy contando puede sonar exagerado, esta historia no es solo mía. El 20 de noviembre del 2020, los ojos del mundo entero también estaban en Argentina, cuyas calles se llenaban de miles de hinchas del futbol que se reunían a llorar la muerte de Diego Armando Maradona a pesar de las restricciones sanitarias que existían en ese entonces por la pandemia del Coronavirus.

Tampoco es tan lejana la postal del frontis de TVN lleno de velas y flores en 2011, mientras el país entero rogaba un milagro que devolviera con vida al animador insigne del canal, Felipe Camiroaga, junto con el notero Roberto Bruce y los otros 18 tripulantes que viajaban a bordo del CASA C-212 que se estrelló en el Archipiélago de Juan Fernández.

Si nos vamos más atrás en el tiempo, uno de los eventos más vistos en la historia de la televisión fue el funeral de la querida princesa Diana de Gales, más conocida como Lady Di. Fue seguido por cerca de dos millones y medio de personas alrededor del mundo, quienes no dudaron ni un segundo en dejarle cientos de miles de regalos en las puertas del Kensington Palace para demostrarle su cariño y su dolor a la también reconocida como la princesa del pueblo.

Vínculos parasociales: Así se crea la relación entre un ídolo y sus fans
Pero, ¿Por qué nos afecta tanto la muerte de una celebridad que nunca conocimos en persona? Este fenómeno es explicado por la psicología como un vínculo parasocial, el que consiste en una conexión emocional profunda que forma una persona con una figura pública. Puede ser un deportista, un cantante, o incluso un personaje ficticio, pero en la que, en la mayoría de los casos, no existe una interacción recíproca porque la persona admirada no suele estar al tanto de la existencia de su admirador.
“La persona que cree tener esta relación siente que conoce al otro profundamente, ya que ha investigado sobre él a través de entrevistas, videos, redes sociales, etcétera. De esta forma hay una ilusión de cercanía e intimidad. Esta relación subyace bajo emociones intensas de cariño, admiración, celos, rabia e incluso ‘deuda’ hacia el otro”, explica la psicóloga y escritora Marisol Sagredo.
“Se proyectan las emociones y los deseos en esa celebridad, viéndolo como un amigo o ‘modelo a seguir’. Es interesante además porque, aunque la persona sabe en su fuero interno que el cariño no es recíproco, el cerebro interpreta las experiencias que vive la persona como conexiones reales“, agrega.
Y si bien este tipo de relaciones comenzaron a estudiarse en la década de los 50’s con la aparición de la televisión, hoy en día se han multiplicado por culpa de las redes sociales, que difuminan aún más las líneas entre la realidad y la fantasía.
“Gracias a esta exposición se crea una ilusión de interacción frecuente y sensación de familiaridad, sobre todo si exponen aspectos personales de su vida. Pero no basta solo la exposición, la persona que crea un vínculo parasocial; suele ver en la celebridad un modelo a seguir, un ejemplo, proyectando así sus sueños, emociones e incluso fantasías. Es así que la persona siente un refuerzo emocional cada vez que el famoso vive una experiencia alegre, o vergonzosa, de dolor o miedo y lo comunica, experimentando también esas emociones de manera simpática. Por eso, factores como la personalidad, el consumo excesivo de medios de comunicación y tecnología, la sensación de soledad y la edad son aspectos a tener en cuenta para fortalecer o debilitar esta percepción de vinculación”, concluye la profesional.
“Me acuerdo que, durante la pandemia, cuando me sentía sola, siempre me ponía a ver los videos que subía Liam a YouTube y a TikTok porque me hacía sentir más acompañada. Siempre estaba haciendo alguna tontera, cocinando, riéndose de los videos antiguos de One Direction o contestando preguntas de las fans. Me da risa acordarme, pero cuando lo pienso, me parece mentira que eso sea lo único que nos queda de él ahora”, relata Javiera Arriagada, una de las tantas fanáticas del cantante británico que hoy, a más de ocho meses, sigue sintiendo su partida.
“Ver que se va a estrenar Building The Band y que va a ser lo último que vamos a tener de Liam para siempre… Creo que nada te prepara a ti para ver morir tan joven a alguien que influyó tanto en tu vida”, revela sobre el último proyecto televisivo de Payne, el que se estrenará en Netflix el próximo 9 de julio.
“En mi caso, yo soy fanática de la época de One Direction, casi 15 años de mi vida, y tengo 23. Son más años siendo fan que no. Muchos de mis recuerdos de infancia están relacionados con la banda. Mi hermana mayor los amaba y yo de chica siempre los escuché, fue imposible no enamorarse de ellos y sobre todo de Liam, que es mi favorito. Ni siquiera puedo hablar de él en pasado”.
¿Cómo afrontar el duelo ante la muerte de mi artista favorito?
Y aunque no exista una relación recíproca entre un artista y un fanático, lo cierto es que sufrir el fallecimiento de un artista que admiramos profundamente puede hacernos atravesar una etapa de duelo.
“Se vive como si la muerte fuera de una persona cercana, física y emocionalmente, como un amigo, hermano, padre, pareja, etcétera. Aparecerá un sentido de pérdida que es concreto, porque aparece la realidad, rompiendo la ilusión tanto de la imagen de esa figura como ‘invencible’ o ‘inmortal’ como la certeza de que no se contará con su ‘presencia’ en el futuro”, detalla la psicóloga Marisol Sagredo.
Por lo mismo, señala que “es importante tener presente que la persona vivirá el proceso de duelo propio de cualquier pérdida, por lo que al ser un proceso, no debe esperarse que sea rápido ni automático”.